jueves, 8 de noviembre de 2007

Desprendiéndome de la peste de lo real


Hermoso mundo el que nos ofrece el capitalismo de ficción. Un mundo que nos distrae, nos divierte, nos acelera, nos conecta, nos fascina y nos embellece. Despojados del peso de la historia, disfrutando del valor del momento tenemos, ahora, la fascinante posibilidad de crear nuestra propia realidad. Esa que no nos moleste, que nos brinde satisfacciones sin pedir mucho a cambio, que nos permite querernos a nosotros mismos más que a cualquier otra cosa, que nos da la maravillosa experiencia de volver a ser niños. Un mundo nuevo para un hombre nuevo. Para el que disfruta de ir al gimnasio y el spa; que frecuenta al estilista para arreglar su cabello, barba, bigote y uñas; que utiliza cosméticos y accesorios para caballero; que no escatima en gastar en ropa y calzado; un hombre que arregla el jardín, hace labores domésticas, atiende a sus hijos, llora en público, reconoce su miedos, expresa emociones y tiene conciencia ecológica sin dejar de frecuentar a los amigos en un bar para beber cerveza o para practicar algún deporte. Por fin este mundo nos da la posibilidad de conectarnos con nuestro lado femenino sin miedo de exteriorizarlo; de ser consumidores de cosméticos, revistas de diseño y ropa de moda. Por fin este mundo nos permite pensar en la depilación corporal, la humectación del cutis, la tinturación del cabello y la refinación del gusto como elementos esenciales de la expresión del ser. Todo con el más justificado fin que pueda tener un verdadero hombre en el mundo: seducir a una mujer.

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